Por su lado, la dulce abuelita lógicamente también amaba al perrito con toda su alma. Definitivamente, era más que su hijo, su compañerito de vida y su fiel escudero.
Su familia, cariñosamente comenzó a llamarlo: «el hijo más fiel de mamá». Y no eran palabras bonitas, era el retrato perfecto de lo que significó la mascota en la vida de la abuela.
De hecho, desde que amanecía hasta que anochecía, el canino permanecía ahí firme y pendiente de todo lo que pudiera necesitar la mujer. La misma escena se repetiría todos los días, por casi 20 años, demostrándole lealtad absoluta en todo momento.
«De jóvenes recorrieron caminatas, siempre veía venir a mi mami del mercado y como niño corría la loma para alcanzarla. Pasó el tiempo y fueron envejeciendo pero siempre juntos, a pesar de que los dos ya estaban ancianos siempre se reconocían. Ya no podían recorrer distancias ni correr por la loma, pero sí podían estar juntos y el perrito al despertar lo primero que hacía era ir a ver a si mi mamá estaba bien», recuerda Gigi.